Cultivando Paladar
Del elogio de la materia

Lámpara de aceite. Imagen del artista Hashim Cabrera
DEL ELOGIO DE LA MATERIA
El aceite más pausado que la lágrima
y también más que la sangre.
Cuando resbala hacia las vasijas de
vientre negro y las vasijas de vientre
rojo, donde en diciembre descansa del
dolor de la esprimidura.
El aceite suavizador de la entraña. El
entró en el corazón del magnánimo que perdona
setenta veces, según la voluntad de
Nuestro Señor y a causa de ese perdón
lleva cada mañana unos ojos recién nacidos.
El aceite que suelta nuestras coyunturas
lo mismo que afloja los hierros pertinaces
y no deja desgranados con dulzura
en mazorcas subterráneas, cosecha
de la buena muerte.
El aceite ubio, hijo solar de madre
taciturna, presente y escondida en la
negrura consumada de la aceituna como
la sabiduría en la frente del buen pastor.
El aceite ni dulce ni salobre, como
la sabiduría.
El aceite que arde pra darse en su
llama una mirada a sí mismo y conocerse.
Llama del aceite sin ambición, que sólo
quiere señalar el punto en que está
el pecho de las catedrales; llama sin
ningún ímpetu que es la confidencia
de Cristo que no alcanza a palabra
y ni a sílaba.
El aceite, más lento que la lágrima
y más pausado que la sangre.
El aceite, buen samaritano, que cura
y vela como el otro, digno de haber participado
en el Evangelio, siendo el treceavo
apóstol. De haber seguido la Vía Sacra,
el aceite lamiera las siete llagas como
un perro divino y Cristo tal vez no da
al morir el grito que contó Mateo.
El aceite que no quiso quemar a Juan
Evangelista en la caldera y solamente
lo sumió de la coronilla a los pies y entró
por sus poros a probar su sangre, única
cosa mejor que él mismo.
El aceite, que va aser convocado con
las virtudes cardinales dela Tierra y se
va a sentar entre las otras materias,
con rostro de oro vegetal, con brazos
graves y en una dorada vertical de ropas talares.
El aceite, más lento que la lágrima
y más pausado que la sangre.
Gabriela Mistral
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